Ubicación: Suba Compartir Hora: 3:30 p.m. Destino: Plaza Imperial. Y, como siempre, perdida en la ciudad. Ningún taxista a la vista, para que me diera las coordenadas, y mi celular, como por variar, sin red (así que nada de Waze). Mi mamá nerviosa al verme perdida y yo fresca como una lechuga, confiada de que mis ángeles pronto harían presencia.
En la siguiente esquina, tres señoras, entradas en edad, con tapabocas, bastón y unas caras largas, propias de una eterna espera aguantando frío. No lo dudé ni por un instante. Bajé el vidrio y les pedí que si me podían orientar para llegar al centro comercial. La respuesta inmediata de una de ellas fue: “nosotras vamos para allá, pero nada que nos pasa taxi”. Y la mía, acto seguido, fue: “pues acaba de llegar su taxi”.
Sin pensarlo se embarcaron en la travesía. Como siempre, olvidé preguntarles sus nombres, pero lo que sí hicimos fue charlar, reír y gozar durante todo el trayecto.
Cuando llegamos, me preguntaron: “¿cuánto le debemos?” (Por lo visto, se habían tomado a pecho lo del taxi). Enseguida respondí: “Las que les debemos somos nosotras, por haberse cruzado en nuestro camino y traernos hasta acá”.
Todo esto para decirles que sueño con una Colombia donde podamos algún día darle la mano a un extraño sin razón alguna, compartir un taxi con otro ciudadano, invitar a alguien a que se resguarde bajo nuestro paraguas o convidar a nuestra mesa a esa persona que aguarda de pie mientras desocupan una. Porque ¡soñar no cuesta nada!
14/03/14