Durante mi caminata de ayer por el centro de Bogotá hice una parada en la calle 22 con carrera 8, más exactamente en una tienda de accesorios para celulares. Al ingresar, me topé con un hombre de cerca de 50 años, camisa a cuadros, tez trigueña y porte de comerciante, quien, sentado en una silla Rimax, saboreaba con gusto un roscón de guayaba tamaño familiar. Como siempre, pensé en voz alta, y de mi boca salió la siguiente frase: “Señor, que bueno que se ve su roscón. No sabe lo mucho que me provocó”. Lejos de imaginarme su reacción y como si fuéramos amigos de vieja data, no tuvo ningún reparo en decirme: “tome un pedazo” mientras extendía su mano. Su sencillez y desparpajo me dejaron sin palabras, pues fácilmente hubiera podido decirme: “lo consigue en la panadería de al lado”.
Nuevamente me sentí afortunada de sorprenderme con actos de la vida como éste, que, a simple vista pueden parecer sencillos, pero que vienen cargados de grandes lecciones. La de ayer: la gran riqueza de los seres humanos está en compartir lo poco o mucho que tenemos sin importar con quién.
Acto seguido, el señor me dijo: “yo me puedo dar estos gustos de vez en cuando porque tomo Herbalife y míreme, nada de panza”, comentó mientras se frotaba la barriga, que, contrario a lo que él decía, revelaba las secuelas de algunos roscones del pasado. Segura de que esos también los compartió con alguien más que se cruzó en su camino…
07/03/14
Me encantó!!! Autóctono, original, auténtico….Ojalá todos los seres humanos tuviéramos la capacidad para ser auténticos….rompe las barreras de la pena y los esquemas sociales :)!!!
Todos tenemos la capacidad de ser auténticos, sólo hay que buscarla adentro y, claro está, decirle adiós al “¿qué dirán? ¡Saludos!